Iniciado y separado, aterrado de ir.
Estar yendo y no querer retornar muerto.
Es un umbral muy largo, pero sigo de frente.
No hay Virgilio, ni Bice; un San Agustín confeso que acomoda su biografía a su antojo, con mucho marketing de Hipona.
Siento huecos teóricos desde Platón, Aristóteles, Plotino, Virgilio, Santo Tomás, Dante, y los árabes me hacen ruido. La tragedia de Antígona y el grito del macho cabrío del dios muerto de Nietzsche me deja sin dormir, que no hace falta dormir. Un mono-mito de Finnegans que no se si soñé o está recitando mi memoria involuntaria, como monólogo interior que nadie lee.
Además, será un cuento contado por un tarado. Relato que no tiene comienzo y tampoco se sabe cómo ocurrió. Bien piantao rumbo a Arenales, polizonte de un viaje en taxi. Inventado el amor, con culpa de Antiguo y Nuevo Testamento, que de tanto traducir Yahvé y hacerlo coincidir con Jesucristo, se me nubla el ojo al recorrer los censos romanos de Judea, trescientos siglos antes que Roma deje de ser gentil.
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