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Foto del escritormigueldigon@hotmail.com

#carisimodeparis, marketing del lujo aspiracional




En el siglo de las luces, Europa se convertiría en una selecta escuela para musas clásicas tamizadas por el filtro de la idealización racional. Las cortes déspotas se engalanaron a la manera de un nuevo Monte Parnaso que vislumbraría con sus pomposos decorados impregnados de fastuosos sueños de razón a los pueblos menos civilizados pero con ansias de superación y progreso.


El escenario sería tal y como Rameau lo imaginó al tiempo que diseñaba el aventurero arquetipo sonoro para entretener a una nueva Síbaris que sentía curiosidad por las pintorescas y salvajes Indias galantes.


Pero en este juego de dos, las Indias galantes también imaginaron e idealizaron a su Europa refinada. El exotismo movió océanos y con el devenir de los años, los ecos de estos ritmos mundanos se expandieron y conquistaron a una Nueva España que anhelaba con emanciparse de la leyenda negra española del barroco y miraría a Francia como un símbolo de desarrollo y empoderamiento patriótico.


Con el segundo imperio mexicano y bajo el mandato del general oaxaqueño más parisien, y siguiendo la moda positivista de la época, la alta sociedad mexicana viviría en un continuo carnaval parisino con máscaras totalmente Palacio, de Hierro por supuesto.


Tras el ocaso porfiriano, las nuevas pautas de refinamiento de la nueva burguesía ya no sería la de los comedidos modales de politesse, de las florituras extremadamente artificiales ni de las convecciones sociales de los tiempos de don Porfirio. El highball había desplazado al champagne y con sus hielos había enfriado y vulgarizado las encorsetadas costumbres de la rancia aristocracia mexicana.


No obstante, bajo la promesa de democratización cultural revolucionaria, el pueblo también tendría derecho a París. Gracias a la literatura popular, al cine, a las radionovelas, y posteriormente a las telenovelas, se recicló este arquetipo de la distinción fifí readaptándolo para el nuevo público. Estos productos culturales de masas crearon un arquetipo propio de París como una ciudad exquisita; de un decorado exagerado y anacrónico del lujo de los ricos producido para el uso onírico de los pobres.


El gran símbolo de ese anhelo de refinamiento, sería precisamente la peregrinación obligatoria a la ciudad de la luz, la meca de toda mujer caprichosa con incontrolables ímpetus de vanidad. Musas como las protagonistas de las obras de Vargas Dulché, jóvenes bonitillas como Teresa (de Mimí Bechelani), harían soñar al público con la finura y la exclusividad, con descubrir o por lo menos presumir imaginariamente el discreto encanto de los de arriba.


Por ejemplo, en la película Teresa (1961) protagonizada por Maricruz Olivier, la futura suegra de la inolvidable Teresa sugeriría retrasar la boda hasta que la humilde prometida tuviera su precioso trousseau parisino. Medio siglo después, en la telenovela Teresa (2010) para pasearse románticamente por los puentes del Sena, por la Torre Eiffel, por los Campos Elíseos, con su boina calada, Teresa, a la que daba vida Angelique Boyer, tuvo que trepar dejando la moral y la familia a un lado y París sería la meta de su carrera de superación. La frivolidad y el lujo no eran buenas compañeras para el pueblo mexicano, fiel predicador de la parábola de la buena vecindad.


A lo largo del tiempo este imaginario colectivo sobre Paris siguió la senda circular hibrida tan propia de la cultura popular. En la cursi década de los 90’s, Thalía, la musa de la comedia, con su canto de sirena y su mirada de niña ingenua con aires bucólicos transportaba a su público directamente a la Tour Eiffel. La jolie madame que no entendía francés, en una noche romántica de fin de año, vería por fin cumplido su sueño de musa galante.


El sueño como decía Lorca va sobre el tiempo flotando como un velero. Con la ayuda de Cronos, las musas mexicanas siguen todavía hoy soñando, sin ningún tipo de pudor y con demasiada liviandad, con esa melodía parisina en su imaginario interclasista más pretencioso en el mundo de las redes sociales. En este sueño ambicioso se fusionan con gracia lo carnavalesco, lo freudiano y lo grotesco al compás de una melodía polifónica kitsch que marca el ritmo de un concierto que nunca dejo de ser barroco y mucho menos exótico.


Sin embargo, las nuevas adaptaciones de la melodía suenan cada vez más con un ritmo marcado por el humor esperpéntico; por la burla y el sarcasmo macabro hacia las actitudes colectivas y fantasiosas del quiero y no puedo. Los dioses del Olimpo que todo lo controlan y que con casi todo se divierten se mofan ávidamente de esta vanidad lisonjera y superlativa tan distintiva de las musas aspiracionales.


En este link vemos a Thalia Jollie Madame en "Siempre en Domingo" 1991.







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