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Foto del escritormigueldigon@hotmail.com

LA BELLE FELIX



Aunque nos cueste creerlo, la vanidosa María Félix debutó en el cine mexicano con un personaje que representaba el arquetipo de la mujer frágil y romántica. En El Peñón de las Ánimas (1943) la protagonista era una joven hacendada recién llegada de Europa, una versión ranchera de Guiuletta Cappulletti, que encarnaba a una dócil ninfa que en una noche lúgubre tapatía recitaba con su enamorado, un apuesto Romeo en su versión charra, las rimas de Bécquer.


A pesar de que años más tarde siguió repitiendo algún que otro amor prohibido con sabor purépecha en Maclovia (1948), lo que es cierto es que después del debut de María, la camarilla cinematográfica mexicana se arrodillo ante su poder de atracción. Además, siendo conscientes del desgaste del género ranchero, decidieron dar un giro y apostar por María en papeles de mujer alfa, masculinizada y dar así a este género un nuevo formato.


El éxito llegó a la sonorense de la mano Doña Bárbara (1943) y con esta película nacería como lo hizo la Venus de Botticelli el mito de la Doña, quedándose para siempre como un personaje inmortal en el imaginario mexicano.


A partir de ese momento, el personaje se apoderó de la persona. María Félix pasó a ser la mujer exuberante y dominante del cine mexicano representando para siempre el arquetipo de la imponente y atractiva “Amazona” que cabalgaba por el territorio de los roles masculinos imponiendo su ley en una tierra bárbara en donde ella sometería a los machos por la fuerza y por el deseo carnal hasta hacerlos débiles y desdichados.


Después de varios éxitos en la gran pantalla como “Amazona” y quizás cansada de sus personajes repetitivos de soldadera justiciera, y ante los fracasos amorosos con sus maridos cantores del star system mexicano, María bonita decidió probar suerte en Francia.


Sin embargo, en el país galo, la Doña tuvo que conformarse con los papeles reservados para el nicho de mercado que acaparaba el arquetipo de la española exótica y pasionaria, la Carmen francesa. Por su exotismo y su temperamento la Doña maridaba bien con lo que el público francés esperaba de ella por su air espagnol, siendo garantía de la marca de seducción femenina.


En su interpretación protagónica de La Belle Otéro (1954), María Félix se mostró como la cortesana con mayúscula en su representación del personaje de La Belle Otéro. La Doña representaba ahora en las pantallas francesas el arquetipo de la mujer frívola, conocidas en su época como cocottes o demi-mondaines.


La Belle Otéro había sido una hetaira exótica, que con sus castañuelas y sus mantillas en el escenario y su descaro y picardía en el Bois de Boulogne y en Maxim’s se cotizaba como la gran celebridad mundana de una sociedad burguesa de doble moral en la que los hombres más pudientes anhelaban ser sus amantes y colmarla de joyas para ganar simbólicamente en este ritual de juego de poder masculino.


Para hacer este personaje suyo, pero esta vez a través de la empatía y de la admiración, la diva mexicana viajó a la antigua capital de invierno de la Belle Époque, Niza, y en este viaje místico conoció a una anciana ya decadente que había sido la auténtica reina frívola de esta época, a su manera también una devoradora de hombres. Se trataba nada más y nada menos que de Carolina Otero, o mejor dicho de Agustina Otero, una niña gallega traumada víctima de una violación como la que había sufrido Doña Bárbara en la ruda y salvaje Araucanía.


A juzgar por las fotografías, las dos divas parecieron entenderse bien. En este encuentro se daban cita un mito sexual que desaparecía con una época de la que sólo quedaba la nostalgia y un mito mexicano nacido del cine que ya no querría ser una simple y vulgar amazona y que se iría apropiando de todos y cada uno de los arquetipos del catálogo del Olimpo femenino para saciar así sus ínfulas celestiales y consolidarse así como una marca de glamour afrancesado.


En definitiva, María bonita se acordaría menos de Acapulco, alardeando que “entre París y yo, siempre ha habido una historia de amor”. A su regreso a México, la “Amazona” vendría más domada pero más astuta. Se había reconvertido en La Belle Felix, en una mujer chic y femenina que orgullosa luciría sus reptiles de Cartier al tiempo que entonaba melodías de Yves Montand, su galán en Les héros sont fatigués(1955), la última de sus incursiones en el cine francés.



En este link vemos escenas de La Belle Otéro, cantando (doblada) en francés.


Este link muestra su acento en francés en la misma película


Aquí un poco de su "aparisinamiento" antes de volver au Mexique






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