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Foto del escritormigueldigon@hotmail.com

La mujer de "Don Ese": vivir sin arquetipo

La mujer del Presidente no sólo tiene que ser congruente, también tiene que parecerlo. Los ecos de los arquetipos femeninos que suscitan la admiración o la burla de las diferentes tribus nacionales son los encargados de crear ese insight que dimensiona a la primera dama en una realidad imaginaria para convertirla en heroína o villana popular.


Entre la fascinación y la mofa, los arquetipos bien definidos son la clave para afianzar su rating de popularidad. En el reino de este mundo, los mortales necesitan a su lideresa Hera, a su guerrera Artemisa, a su refinada Atenea, a su protectora y dócil Hestia y, como no, a su coqueta y vanidosa Afrodita. De manera individual o bien combinados, en su justa medida, estos arquetipos han sido el secreto para que el ala femenina de la presidencial "casa de las coníferas" haya podido legitimar indefinidamente su desequilibrio de género. Aunque hoy esa residencia se mudó al Zócalo.


Si bien es cierto que a lo largo del tiempo la suerte de la consorte ha ido cambiando, la fuerza de su sino siempre ha estado marcada por una línea general del Yin y el Yang: de lo asistencial y lo superficial. Pensemos en los tres últimos ejemplares: una empoderada ranchera fresa; una tecnócrata moralista pero dizque muy solidaria, o la última; una galante y manirrota artista nacida en el Canal de las Estrellas. Pero eso sí, todas y cada una de ellas tenían su propio estilo, y la mejor prueba de ello es que el esperpento siempre se apiadó de ellas.


Desde los tiempos de la cleopátrica y excéntrica patricia más Romana, todas las que tuvieron que lidiar con las cámaras y mostrar sus dotes interpretativas, siempre fueron portada del chisme más sabroso. Su éxito radicó en que todas y cada una de ellas tenían clara su vocación. Todas desempeñaron perfectamente su rol de buenas samaritanas, administrando con eficacia las obras pías farisaicas en pro de la infancia más desfavorecida.


Sin embargo, este paraíso primigenio de la consorte se desmoronó después del bochornoso episodio protagonizado por una blanca gaviota que quiso ser un gavilán tricolor. Después de este escándalo mediático de la jaula de platino fue necesario un replanteamiento epistémico que hiciera énfasis en lo políticamente correcto. Se pensó en el concepto pseudofeminista de la no primera dama, un neologismo eufemístico muy en la onda de un mesianismo reformista que buscaba, y busca, actuar como un destello de un lisonjero y embaucador optimismo renovador.


Fue así como en la realidad cotidiana de la revolución social del Cuaternario, apareció en escena una nueva especie de donna sapiens que gracias a un cerebro mucho más desarrollado era capaz de fabricar nuevos artefactos ideológicos que le permitían llevar a su tribu por la senda del progreso. Haciendo alarde de sus avanzadas cualidades intelectuales, propiciadas por un desarrollo craneoencefacial previo, la no primera dama se aventó sin temor supersticioso a presentarse a la decimotercera edición del concurso de musas.


No cabe duda de que es una candidata muy competitiva. La aspirante a musa es recatada y comedida, modelada por el rigor y el tesón conacytiano. Igualitaria y de saber democrático, leída e instruida, responsable y luchona, en definitiva: una musa con valores. Educada para el sacrificio comunitario y con una gran vocación instructora, pretende ser una nueva self-made woman al estilo Briggitte Macron, pero sin ese toque Molière extravagante que distingue a la profesora del teatro del Elíseo.


Como se suele decir es un estuche de monerías, o lo que viene a ser lo mismo, una científica de la todología. Desafortunadamente, y a pesar de contar con un brillante currículum académico, la no primera dama no ha logrado conectar con su propia realidad cósmica y por ese motivo vive condenada a ser monedita de oro, sobre todo en redes sociales. Su personaje carece de autenticidad, y por lo tanto, su actuación no resulta creíble en la representación de esta adaptación vanguardista de la eterna tragicomedia mexicana.


Por ejemplo, resulta cuanto menos sorprendente que a pesar de su autonomía y su gran racionalidad sea una abnegada y generosa mujer enamorada, "una chorreada" letrada y propagandista. Puntual cumplidora del pacto matrimonial, señora de su señor, (la mujer de "don ese" como dicen en Tabasco) sin pensarlo ni un segundo, secunda siempre las más estrepitosas ocurrencias de su "torito tumbapatos" y chamán.


Sabido es que Don Corazón es maestro de amor, y ésta nueva especie de consorte lo mismo canta con total entrega y devoción sus novísimas trovas con sabor a piloncillo, que visita toda vestida de negro y con mantilla española al santo Pontífice. Si la ocasión lo amerita también hace de jardinera mística y taumaturga, y no duda ni un instante en disfrazarse de "neocorregidora" cuando el protocolo sentimental navideño lo exige. Aunque quizás, su mayor prueba de amor sea el estar dispuesta a madrugar más que un gallo, para presenciar las desentonadas serenatas mañaneras de su "amorcito corazón" en cada soporífero ángelus covidiano.


Con frecuencia los neologismos emergentes son demasiado técnicos y de difícil comprensión para los hablantes comunes. Por ello, con el objetivo de poder aplicar correctamente las nomenclaturas propias al modelo de filiación matrimonial presidencial, y siguiendo la corriente filosófica de la empírica cultura popular de los alegres trópicos de Carlos Pellicer, es prudente y pertinente, parafrasear la juiciosa máxima de: dime la esposa de qué señor eres y te diré como has de llamarte o simplemente ser la mujer de "don ese".




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3 comentarii


Juan Incháustegui
Juan Incháustegui
27 feb. 2021


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Juan Incháustegui
Juan Incháustegui
27 feb. 2021

Naran?

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Miguel Digón
Miguel Digón
27 feb. 2021
Răspunde utilizatorului

Las naranjas se ven amargas...


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