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PEDRO INFANTE: TAMBIÉN DE DOLOR SE CANTA

Jodido pero cantando.


18 de noviembre de 1917, hace 105 años, nace el gran ídolo mexicano Pedro Infante en Mazatlán, Sinaloa, quien muriera en fatal accidente aéreo un 15 de abril de 1957 en tierras (o aires) mayas.


Como ídolo popular Pedro Infante es más bien un producto de las industrias cinematográfica, radiofónica, discográfica, televisora y editorial. Lo que hoy se llama fenómeno mediático, a partir de que en el imaginario colectivo se confunde su rol como actor profesional con los atributos arquetípicos o estereotípicos de los personajes que “interpretó”.


¿Podría ser la versión en hombre (guardada la proporción y el arquetipo que cada uno representa) de lo que se inventó por si misma María Félix? ¿O el que creó Norma Jeane con Marilyn?


El primero, el macho mexicano, pobre, bueno, sacrificado, querendón, mujeriego y amigo del pueblo; la segunda, inalcanzable, femme fatal, etérea, La Doña, la diva divina y la tercera, la sex symbol con pretensiones entre ingenuidad, candidez y la rubia tonta.


Esta posibilidad nos lleva a cuestionar si en realidad eran buenos intérpretes o simplemente actuaban de ellos mismos o todo lo actuaban igual porque se representaban a sí mismos. Que también tiene su mérito interpretarse siempre a sí mismo. De modo que no le estoy quitando ningún mérito a nuestro ídolo, más vivo muerto que vivo. (si no se me viene encima medio mujeral del país).


Lo cierto es que lo mismo vemos a Pedrito hacerla de cura, milico y cuatrero en “Los Tres Huastecos” (1948) que de ñero carpintero con el típico hablar de barrio de la ciudad en los 40s y 50s en la trilogía de Ismael Rodríguez “Nosotros los pobres” (1947), “Ustedes los ricos” (1948) y “Pepe El Toro” (1952); que de maestrito de escuela torpe, casi ciego, con lentes de culo de botella y tímido que juega a hacerse estrella y pasar de Braulio Peláez a Alfredo Malvarrosa en “También de dolor se canta” (1950), o de compositor musical sinfónico o de boleros en “Sobre las olas” (1950) de Juventino Rosas o Alberto Medina en “Escuela de Vagabundos” (1954) junto a la siempre bella y depresiva Miroslava Stern.


Obvio que su mejor personaje fue el del charro macho mexicano y cantor (sin ofender a Jorge Negrete, que era el Charro Cantor) o de ranchero; “Ahí viene Martín Corona”, “Vuelve Martín Corona” (1951) “El gavilán pollero” (1950), “Los tres García” y “Vuelven los García” (1946), “Soy Charro de Rancho Grande” (1947), “Los Gavilanes” (1954), “Los hijos de María Morales” (1952). “No desearás la mujer de tu hijo” (1949), “La oveja negra” (1949) entre otras.


De hecho, con independencia del personaje, Pedro habría de cantar en todas sus películas. Y aquí surge la cuestión de si era un cantante que actuaba o un actor que cantaba, más bien lo primero. Algo parecido les pasa a los actores del teatro musical. Pero un buen actor debe hacernos creer que canta, aunque no lo haga bien, pero un cantante no siempre logra actuar.


Y qué decir de su doble personaje en “Ansiedad” (1953) haciendo a dos hermanos que se reencuentran después de un pasado de cambio de bebés, donde uno es bueno y noble y el otro rico y engreído. O de su indito Tizoc (1956) a lado de la Doña con un acting dentro del canon mexicano de lo que aún hoy se entiende por indígena.


Lo vemos encarnar a un típico regio, codo y confianzudo que se enamora de una delicada y frágil niña/niño bien en “Pablo y Carolina” (1955) en donde además mosquea un poco la idea de estarse enamorando de un hombre.


Después de imaginarme a Pedro en todos sus personajes, me pregunto ¿si tomaba agua en botellas de tequila frente a las cámaras y era abstemio en su vida privada, por qué sigue representando la imagen admirada del mexicano borracho, parrandero y jugador?

O al revés si en la vida real era mil amores y enamoradizo, aún hoy, representa en el cine y fuera de él, al hombre/novio/esposo querendón, romántico, pobre pero honrado, protector y al hijo prodigo mal agradecido que regresa y pide perdón y al compañero confiable que nunca te abandona cuando lo necesitas.


No sabemos si en su vida privada era realmente buen hijo, buen padre, guadalupano, valiente y sincero. Se sabe que era muy disciplinado con la comida y sus rutinas de ejercicio, lo mismo que en su trabajo. ¿entonces por qué creerle al grado de la idolatría? ¿Entonces no era tan mal actor?


Pedro Infante simplemente llenó un vacío que al mexicano le hacía falta y le vino bien en su momento de aparición. En sus personajes vino del campo a la ciudad, lo mismo que lo hicieron muchos mexicanos décadas después de terminada la Revolución. El rancho les quedó chico y emigraron para iniciar una vida urbana y no precisamente para ingresar a la clase media y la vida económica y social preponderante, sino simplemente para sobrevivir en las orillas en la barriada, en las vecindades.


Ese sitio ya lo había tomado Mario Moreno una década antes con su personaje Cantinflas, que vino de la carpa al cine y que hizo del peladito, abusado y abusivo, tramposo pero carismático y sobre todo dicharachero y de lenguaje florido, la mejor representación de la identidad nacional, del mexicano desvalido, común y corriente ya no del rancho sino de la “suidad”.


Pedro Infante no robó ese lugar porque sus recursos dramáticos eran otros, el melodrama y el canto, la fórmula lacrimógena del sufrir para merecer, acompañada de música, sobre todo cuando ésta viene en lugar de llorar y mejor todavía, llorando, que así sabe más rica la herida, porque “También de dolor se canta”, nunca mejor descrito el melodrama mexicano, sufrir cantando.


En tanto, Cantinflas apeló a la comicidad del enredo y del lenguaje, abordó la supuesta crítica y sátira social de la clase media y alta, de las élites de poder, el mal gobierno, la corrupción y el revanchismo social, supuesta porque Mario Moreno al dejar la carpa e irse volviendo caca grande del cine, fue parte del sistema al que supuestamente criticaba y del que se burlaba, y por lo que su personaje Cantinflas fue perdiendo credibilidad.


Como otras estrellas, Infante vino a cubrir parte del set de oferta de la ya ni tan insipiente industria cultural de su época, como lo hicieron Dolores del Río y María Félix en versión femenina y Jorge Negrete del galán, charro cantante con voz de ópera y muy mexicano.

Sea o no un gran histrión, Pedro Infante interpreta en nuestro cine las conductas machistas reconocidas socialmente como legítimas para los papeles del protagónico masculino en personajes estereotípicos.


De este modo, su Pepe El Toro es el máximo personaje arquetípico de los imaginarios colectivos de la mexicanidad. Que algunos expertos del medio dicen ahora, portan Diego Luna y Gael García, si esto es así, prefiero ser macho que charolastra, aunque uno salga en Star Wars y el otro sea chico Almodovar.


¿Quizá lo polémico no sea sólo que Pedro Infante hizo inmortal para el mundo al “macho mexicano”, sino que hizo al mexicano resignado y jodido?


Francisco Javier Millán en su libro “Se sufre, pero se aprende” (2017) considera que Pedro Infante hizo abnegados a los mexicanos. Que fue un arquetipo que contribuyó a forjar una sociedad mexicana que veía la pobreza con resignación desde “Nosotros los pobres” (1947); “Ustedes los ricos” (1948) y “Pepe el toro” (1952), la gran trilogía del realizador Ismael Rodríguez, que mucho tuvo que ver en esta construcción mítica como director. Millán dice:


“El legado más importante de Pedro Infante es toda la impronta que dejó en la época de oro del cine mexicano y en la configuración del ser y estar en su tiempo; México era exactamente de esa forma”


“A veces no asumimos o no entendemos de dónde viene la educación sentimental que tenemos, pero es de los medios de comunicación, la literatura y el cine. Sus películas no son las mejores, pero si las más taquilleras…”


“…Su personaje insufla, transmite e inculca las estructuras de poder y eso es algo que ha reconocido anteriormente Carlos Monsiváis y Octavio Paz.


“Pedro es el arquetipo que establece los valores y moral determinada, la va forjando en vida y sigue después de su muerte”


Esto bien puede ser cierto, pero en todo caso viene ya desde “El Periquillo Sarniento” (1816) la primera novela en hispano-américa, que narra las aventuras y desventuras, vida y muerte de un pícaro personaje, a finales de la dominación española en México, de dónde surge un sentimiento de inferioridad nacional que se sublima y tiene su revancha o reivindicación en este personaje.


En esta impronta picaresca y sinverguenzoide queda sublimada el sentimiento de inferioridad que provocaron años de virreinato y dominación peninsular en los nacientes mexicanos, que entre la preponderancia de los criollos ya nacidos en México, el mestizaje y la sociedad de castas que no dio tregua para asimilar a los que no eran ya, ni indígenas ni criollos, ni españoles, sobre todo en la creciente ciudad de México en camino a la modernidad a fines del S XIX y las primeras décadas del XX.


Después vinieron asimilaciones y adaptaciones de este popular personaje, alburero, dicharachero y pendenciero hacia 1821 con los espectáculos de circo y más tarde con las marionetas de los Hermanos Rosete, con su destacado “Vale Coyote”, prototipo del “peladito mexicano” que usaba el mismo lenguaje sin sentido y vacilante que adoptó Cantinflas.


Con los años se fue incorporando en las carpas y los teatros de variedades de la creciente ciudad de México a fines del XIX y primeras décadas del XX (en su ascenso a la modernidad) y que ya en 1927, aparece como “Las Aventuras de Chupamirto”, creada por Jesús Acosta como tira cómica dominical del periódico Universal, de donde Mario Moreno también escarba para crear su gran personaje de Cantinflas.


De la carpa, Moreno lo lleva al teatro de revista y de ahí al cine (a fines de los 30s), para culminar con su gran parteaguas “Ahí está el detalle” (1940) que lo da a conocer internacionalmente, diferenciándose de los charros y el imaginario campirano melodramático del cine nacional de ese entonces, y que lo catapulta a la fama en los años de la Época de oro del Cine Mexicano. En donde ya estaba Negrete y estaba por aparecer Pedro Infante.


En todo caso, Infante oficializa mediáticamente algo propio de nuestro melodrama mexicano dentro y fuera del cine y la televisión, en donde esa inferioridad, resignación o jodidez se sublima por un lado, a través del discurso pícaro, abusivo, del peladito que también caracteriza al mexicano que se burla y jode al poderoso, al patrón, al rico, al político y al señorón.


Pero también a través del hijo del pueblo, carismático, pobre pero honrado, guapo, fuerte, formal, protector, el macho que le gusta a las mujeres y que sabe enamorar y llevar serenata y donde verbo, algo de carita y galantería mata dinero y poder.


En ese recorrido, Pedo Infante toma la estafeta que va dejando Negrete, Luis Aguilar, Tito Guízar, Pedro Armendáriz y otros consagrados, con quien comparte créditos en algunas películas y se asimila pronto al star system mexicano, a lado de María Félix, Dolores del Río, Sara García, Rosario Granados, Rosita Arenas, Miroslava, Silvia Pinal, Blanca Estela Pavón, Irma Dorantes, Marga López, Katy Jurado entre muchas otras estrellas.


¿En el final de la segunda década del siglo XXI, sigue siendo Pedro este arquetipo más representativo del mexicano o han surgido nuevos? ¿Si es así, cuáles y dónde están


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