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Foto del escritormigueldigon@hotmail.com

“Si Mónaco no existiera habría que inventarlo”.

El verdadero rostro de Mónaco

Por Miguel Digón


La frivolidad siempre ha sido la máscara de hierro de Mónaco. Los directores de películas como Goldeneye 007 (1995) o Montecarlo (2011) recurrieron a este escenario privilegiado de la Costa Azul para sus escenas más lujosas, y esto es debido a que este país de apenas dos kilómetros cuadrados es una marca de opulencia totalmente consolidada.


En este paraíso terrenal ya María Félix dio vida a Imperia en La noche del sábado (1950), película basada en la novela escénica del mismo nombre, de Jacinto Benavente. Esta bella pero infeliz mujer vivía en una suntuosa villa en Mónaco con su esposo, el príncipe Miguel de Preslavia (Rafael Durán), en donde una noche, por azares de la vida, encontró a la hija que había abandonado en Roma, Donina (María Rosa Salgado), y que ahora trabajaba explotada en el circo de Montecarlo.


Décadas después, una de las grandes villanas de la historia de las telenovelas, Paola Bracho (Gabriela Spanic) en La Usurpadora (1998) tendría un presentimiento en el Yatch-Club de Montecarlo mientras se contoneaba al son de una melodía de Ray Davies. La cínica de Paola temía morir castigada por el remordimiento de su vida licenciosa junto a su libidinoso amante Alessandro Farina (Enrique Lizalde). Así fue como conduciendo su auto alcoholizada, terminó estampada (pero sin morir obvio) en un túnel, coincidiendo así casualmente con la muerte real más mediática de toda la historia, la de Lady Di, y que los directores del culebrón supieron aprovechar tan bien.


Sin embargo, este modelo de turismo de Mónaco, aristocrático, de alta y nueva burguesía, de cuño Belle Époque, ideado por Alberto I, “El príncipe sabio y navegante”, entró en crisis después de la Gran Guerra. El principado ya no tenía ese glamour de antaño y necesitaba reinventarse. Además, la II Guerra Mundial no sólo había devastado a Europa, sino que ponía política y económicamente a este territorio en apuros, evidenciándose su gran miedo secular: la anexión a Francia.


Superada por fin la crisis sucesoria, con Rainiero III, el principado resurgió de sus cenizas como el ave fénix. Pero, antes del cuento de hadas hollywoodiense protagonizado por su esposa Grace Kelly, en plena guerra, su padre, el príncipe Pierre de Polignac (quien tenía sangre mexicana por sus venas) se propuso construir una nueva marca monegasca menos artificial que apostó fuertemente por la cultura y las artes. Este sobrino francés del “bailarín” número cuarenta y dos (el yerno incómodo de Don Porfirio: Ignacio de la Torre y Mier) apostó por un modelo de mecenazgo renacentista con el objetivo de posicionar a Mónaco como un nuevo polo artístico y literario de una Europa destruida moralmente y con ansias de mundanidad intelectual.


Para recuperarse de la Posguerra, Mónaco no podía seguir siendo sólo el casino de Europa y por ese motivo la política turística tuvo que adaptar su branding place haciéndolo en un primer momento democrático, pero conservando su esencia high class. Por esa razón, a mediados de la década de 1940 se fue gestando un exitoso proyecto turístico encabezado por el periodista, historiador y diplomático Gabriel Ollivier.

Como en cualquier campaña promocional, la imagen sería clave. En un primer momento se recurrió a artistas con experiencia en el cartelismo como Efff d’Hey (Francis Dujardin) que ilustró el primer libro de este nuevo proyecto turístico del principado. La historia sería su nueva seña de identidad y la portada de Le vrai visage de Monaco dejaba ya claras las intenciones de esta nueva marca patentada por la familia Grimaldi, la casa noble de origen genovés que reina en Mónaco desde el siglo XIII.


Pero, en este contexto bélico, Mónaco supo aprovechar además el capital cultural de los exiliados españoles, que encajaban muy bien con este nuevo proyecto de edición literaria que pretendía hacer una publicidad más sofisticada, adaptada a una nueva jet set menos extravagante y más letrada. Para este fin, Mónaco era el enclave ideal porque como bien decía el escritor provenzal Marcel Pagnol: “aquí las artes pueden vivir todavía, a la sombra de los olivos, a las orillas del mar latino, en el lugar donde la autoridad de uno solo garantizaba la libertad de todos”.


Los hermanos catalanes Ignasi y Lluís Vidal Molné fueron los elegidos para ilustrar este pasado mítico y simbólico. Estos dos artistas contaban, además de una carrera como pintores, con una amplia experiencia en el mundo de la imprenta y la publicidad, adquirida en la siempre vanguardista Barcelona. Los ecos de su sensibilidad catalana maridaron a la perfección con el gran proyecto turístico y fueron muy apreciadas y sirvieron para la construcción de este nuevo imaginario monegasco que fuera capaz de atraer un nuevo tipo turista moderno como el neoyorkino al estilo Humphrey Bogart que viajaría con su hija vestida de parisienne hasta Mónaco: el nuevo epicentro turístico de la vieja Europa.


El principado necesitaba reforzar su legitimación histórica y la vía para lograrlo fue volver a conectar con sus mitos, su yo interno, para poder lucir así su verdadero rostro de facciones mediterráneas y medievales.


Por un lado, estos artistas supieron explotar el pasado grecolatino y la naturaleza extrovertida de Mónaco. La sirena seductora e intemporal de la Odisea diseñada por Lluís V. Molné que susurraba al viajero intrépido que aún cuando se resistiera como buen Ulises, no lograría escapar a los cánticos más armónicos y hedonistas del hospitalario puerto de Mónaco.


Por otro lado, Ignasi Vidal, se adentró en su ala más introvertida y legendaria. En la portada de un libro sobre la historia de al filatelia en Mónaco supo inmortalizar este escenario naif que conectaba con el lado más tierno de los cuentos del medioevo y resaltaba la magnificencia de su señor feudal. La prueba es que el Monseigneur sigue siendo todavía venerado y los viejos monegascos todavía hoy se persignan al pasar por delante la estatua de Rainiero III cuando suben o bajan por la rampa del castillo.


En definitiva, así de enigmático es Mónaco, o mejor dicho Múnegu (su nombre original en lengua monesgaca) cuando se muestra tal y como es, sin su máscara de superficial, cuando nos seduce con su mirada más intimista de su pasado. Pero sobre todo cuando este paraíso terrestre al que se refería André Maurois, novelista y ensayista francés y en el que Colette (la creadora de la “Claudine” en el folletín francés de inicios del XX) se retiró; repite sin pudor los ecos de esa contradanza famosa e indescifrable que decía que “en Mónaco se avanza y se retrocede” y que maravilló al mismísimo Alejandro Dumas que cayó rendido ante el misterio de este pequeño gran país. Porque como bien dijo Georges Duhamel, gran promotor de la Alianza Francesa: “si Mónaco no existiera habría que inventarlo”.


En este link podemos ver la película completa “La noche del sábado” (1950).




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Juan Incháustegui
Juan Incháustegui
Jun 26, 2021

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