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Foto del escritormigueldigon@hotmail.com

Tepito: Por mi memoria hablará mi barrio

Roma tiene su Subura y la ciudad de México su Tepito. Desde los motines en los tiempos de las grandes inundaciones de la gran decadencia novohispana, este espacio difuso, tan cerca del centro y tan lejos de la ciudad, se fue configurando como el escenario maldito de la capital.


Protagonista del “orientalismo” a la chilanga, el llamado barrio bravo, se convirtió con el tiempo en un mito, que, como todo buen mito, logró posicionarse como una marca que, hoy sigue generando consumidores (nacionales y extranjeros) ansiosos de vanagloriarse de su superioridad moral e intelectual, tal y como corresponde a toda buena sociedad racista y clasista.


El sismo de 1985 dejó a Tepito en plena decadencia urbanística, y la falacia de lo barrial lo encorsetó en un escenario singular con un alto potencial académico y mediático.


Algunos investigadores se aprovecharon de todas las incoherencias del concepto reductor de barrial, para germinar toda una serie de metaestereotipos que calaron fuerte en el imaginario del barrio, lo que a su vez generó toda una historia adulterada, sustentada en identidades artificiales y sin ningún tipo de fundamento espaci- temporal, pero que por el contrario, y debido a su fuerte carga simbólica, lograron afianzarse como marca de resistencia cultural pero carente de historicismo y cotidianidad.


Con el nuevo milenio, en plena revolución tepiteña, y gracias a la circularidad de la cultura, esta marca fue patentada también por algunas de las organizaciones civiles locales que se dieron cuenta que la etiqueta de barrio heroico era muy atractiva para promocionar el Tepito curious.


La estrategia correspondía a un modelo de place brand que apostaba por el turismo de superioridad. Un modelo de larga tradición literaria al que se refería Monsiváis y que consistía en que el civilizado visitaba al bárbaro para reforzar su superioridad moral. Por unos pocos pesos, estos paquetes inclusivos ofrecían una aventura a los bajos fondos pero con el plus de lo cultural, lo cual supuestamente fomentaría una imagen positiva del barrio.


Proyectos como Safari en Tepito, que después ya gestionado por los locales del barrio dio paso al Tepito Safari Tour o el Tepitur, se esforzaron por vender una nueva marca del barrio cuyo principal atractivo era la participación directa del viajero en una experiencia etno-antropológica en la que los personajes típicos (y estereotípicos) garantizaban un espectáculo folclórico organizado y, sobre todo seguro para el viajero clasemediero con ínfulas contraculturales. Para posicionarse en el mercado, esta marca supo reciclar todos los viejos estereotipos, adaptándose perfectamente a un nuevo público ansioso de vivir un juego de rol en un parque de atracciones urbano, una fábrica de adrenalina interclasista.


Pero, para comprender bien estos productos pseudofolclóricos, tenemos que focalizarnos en las actuales relaciones entre la cultura y el poder, y concretamente las intenciones ocultas de la nueva división administrativa de la ciudad y la categoría de los “barrios originarios” que con este sustrato de lo barrial pretende crear su marca histórica de Tepito a través mitos fundacionales prehispánicos, categorizando y encasillando al barrio como tradicional y popular.


Para tejer este discurso oficial, se legitimó una interpretación errónea y anacrónica del barrio o pueblo de indios que se niega a reconocer las transformaciones urbanísticas del territorio y la posición geográfica estratégica de Tepito en el devenir urbano de la ciudad como una de las primeras periferias centrales.


Sin embargo, esta institucionalización barrial, recurre siempre a los dictámenes externos de los ingenieros ideológicos de la academia, encargados de diseñar un producto histórico de una neomexicanidad: una nueva reinterpretación profundamente paternalista de la raza de bronce en la que Tepito es el héroe que resistió al opresor y que guarda mejor que nadie la esencia prehispánica en la ciudad. Pero detrás de esta ayuda desinteresada existe un peligro camuflado: esta marca impone nuevas cadenas a Tepito que lo dignifican sí, pero victimizándolo y potenciando de esa manera su complejo de héroe.


Cabe resaltar que, Tepito, como todo héroe rebelde, además de sus súper poderes tiene su lado mortal, y eso es lo que le permite vivir como un humano común y corriente. Cabrón y frágil a la vez como lo representó Daniel Manrique en su mural; tiene la fuerza sobrenatural para enfrentarse al destino, pero vive, sufre, siente y sueña como un mortal y no duda ni por un instante en desafiar, con sus luces y sombras, a los dioses de la megalópolis.


Esta humanización es precisamente la que lo hace interesante y la que tiene que establecer en sus nuevos assets de marca. Su importancia física, su fuerza en la evolución urbanística de la ciudad y su relevancia como parte del centro histórico, sin esa etiqueta limitante de perímetro B.


Por otro lado, su fuerza como líder social y cultural en la época contemporánea, propios de un espacio de acogida de forasteros, de puerta de entrada a la ciudad, de trabajo como un espacio de modernidad y cambio, una especie de melting pot criollo resultado de las migraciones a la capital.


Pero, tratándose de un héroe, no podemos olvidar nunca su lado simbólico. Esa imagen de leyenda que ha ido construyendo a lo largo del tiempo y que gracias a ese halo de misterio y a esa mala reputación lo hacen interesante y misterioso, siendo la rebeldía y la mala reputación, su ternura y su violencia de enfant terrible, uno de sus principales atractivos.


Por lo tanto, esta nueva denominación de origen debe de valorizar la calidad del producto histórico tepiteño. Por ello, tiene que ser construida desde la perspectiva de sus habitantes, de sus personas y no sólo de sus personajes, de la transmisión de la memoria de los más mayores para que a través de prácticas intergeneracionales puedan trabajar en la autoestima colectiva de la comunidad tan dañada actualmente.

En este esfuerzo titánico, el abuelo zapatero de Tepito, Luis Arévalo, desde hace décadas se puso la camiseta con el objetivo de recuperar la cohesión social con la férrea convicción de que solo la nostalgia del pasado ayuda a sanar las heridas sociales del presente. Su misión nos demuestra que son los aedos, y sus descendientes, los Mythostorytellers, quiénes con sus recitales o sus historias urbanas, pueden dar reconocimiento a la comunidad, mezclando mito y experiencias vividas que hacen sentir a sus habitantes orgullosamente tepiteños.


Parafraseando a Manrique, “si todos jaláramos parejo, Tepito sería más chido”; en definitiva, esta nueva marca autóctona tiene que ser capaz de crear un sentido de orgullo de pertenencia y actuar como un pegamento social para la comunidad que levante las caretas de lo exótico y lo sensacionalista (hasta en sus presentaciones más serias) y que, en estos momentos de crisis y desconexión colectiva (la muerte del prójimo en términos de Soja) sea capaz de conectar al héroe con los recuerdos y la nostalgia con el presente. Su objetivo primordial: lograr que Tepito se posicione en el reino de este mundo.


En este link podemos ver una charla Miguel Digon sobre la historia y devenir de Tepito en la ciudad de México en Noche de Museos:




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